Hay cosas que una persona acepta de sí misma con resignación:

 —no saber plegar sábanas ajustables,

 —llorar con comerciales de yogures, 

 —y tener un sentido del olfato muy... particular.

 

Pero lo que le pasó a Sofía no estaba en ningún manual de vida moderna.

 

Sofía es vecina de un edificio antiguo en Palermo, con ascensor de jaula, pasillo con piso damero y vecinos que, si no se quejan, se inquietan.

 

Una noche, Sofía encendió su vela Flô —diseño GOTA, aroma pistacho— y se dispuso a leer con una copa de vino que no recordaba haber comprado.

 

A los 20 minutos, alguien golpeó la puerta.

 

Era una vecina del 4º C.

 

“Perdón, ¿vos estás cocinando algo? No es por quejarme, eh… ¡es que huele increíble!”

 

Sofía rió. “No. Es mi vela.”

 

Una horita después, golpea el vecino del 1º B.

“Hola... ¿hay algún evento? Se siente un aroma… cómo decirlo… delicioso.”

 

A la mañana siguiente, Sofia encontró una notita debajo de la puerta:

“Hola. Soy del 3º A.

 

¿Dónde compraste esa vela?”

 

Lo demás es historia.

 

Hoy, más de la mitad del edificio usa velas Flô.

Sofía no volvió a estar sola en los ascensores.

 

Y vos… ¿ya encendiste la tuya?

 

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